*Reflexiones del corazon*

sábado, 25 de junio de 2011

Aprende "La diferencia que hay del ser humano y el animal"

*Crees que eres igual que un animal*

*Crees que eres igual a un animal?
Crees que eres igual a un animal? Al cuerpo humano" hay que verlo sistemáticamente (en su totalidad), es algo extremadamente complejo, maravilloso; el hombre que lo posee es de un nivel infinitamente superior a cualquier animal. A través de la antropología filosófica se puede hacer esta aproximación. Viéndolo desde su totalidad, el cuerpo humano “reclama” la presencia del espíritu humano. Es más, lo requiere para estar acabado. El cuerpo es vehículo de las manifestaciones del espíritu, y sin éste queda incompleto. Por eso, tan errónea es una pedagogía “angelista” que pretende ignorar el cuerpo, como una antropología meramente biológica, que reduce al ser humano a sólo lo orgánico. El ser humano no es ni ángel, ni animal; ni puro espíritu, ni cuerpo sin alma. Si por razones seudo religiosas alguien pretendiera ignorar el cuerpo, no lo estaría valorando y no se daría cuenta de su capacidad de dar paso a “fines superiores”, a nivel personal. A partir de una real valoración del cuerpo, se puede pasar a entender la elegancia como la fuerza contenida gracias al espíritu: la fuerza del impulso corpóreo o sensible tiene que ser controlada para que no nos lleve a vestirnos, a conducirnos, o a hablar de cualquier manera.Un tema muy interesante es que gran parte de la manifestación humana es a través del cuerpo. La sociedad humana se hace en base a la comunicación a través del lenguaje humano que es posible gracias a la articulación de la voz que tiene una base corpórea. Pero en realidad hay también un “lenguaje” de todo el cuerpo: hay un lenguaje de la mirada, del tono de la voz, del tacto, del rostro, de la sonrisa, de los gestos, de la manera de caminar, del modo como se viste o se cubre el cuerpo, etc.
El bipedismo del hombre (cuando se dice hombre, nos referimos también a la mujer, auqneu creo que no es políticamente correcto) hace posible que éste al no ser cuadrúpedo, tenga una postura erguida, su columna vertebral no está dispuesta horizontalmente (como los cuadrúpedos), sino verticalmente para hacer posible algo importante como es la postura de la cabeza humana. A su vez, la cabeza humana al asentarse sobre la columna vertical da las condiciones necesarias para que se dé una determinada postura de la cabeza que posibilita el que el hombre posea un rostro, de lo contrario la cabeza le “colgaría” y el “rostro” se escondería. Por su parte, el rostro humano hace posible una cavidad bucal que permite una postura de la lengua que es indispensable para ejercer una actividad superior como es la del lenguaje humano. La lengua de un animal, por ejemplo la de una vaca, está terminada, no está disponible para articular voces, a lo mucho puede emitir mugidos, pero no palabras.
La mano es el “el instrumento de los instrumentos” como decía Aristóteles. Al quedar liberadas las extremidades superiores y siendo las manos “inacabadas”, puede establecerse la relación mano-cerebro lo que da lugar a la técnica humana. Hay quienes dicen rechazar la técnica, pero intrínsecamente esto no es posible, porque es inherente al ser humano. Desde que el primer hombre surgió en la tierra tuvo que valerse de sus manos para hacer lanzas y poder cazar, para hacer sus vestidos de la piel de los animales, para hacer fuego y cocer sus alimentos, para construir sus herramientas, etc. A su vez, la relación mano-cerebro se potencia enormemente gracias al lenguaje, ya que la enseñanza y el aprendizaje técnico se aumenta por medio de la palabra de quien racionalmente va dirigiendo el cómo usar las manos y las diferentes extremidades corpóreas. De esta manera el ser humano aprende a tomar objetos con los que hace más cosas; aprende a tomar una herramienta para conseguir una utilidad, aprende a caminar, que es una de las técnicas más elementales, aprende a tomar una cuchara y llevársela a la boca, aprende a comer, a vestirse, etc.
Todo ese proceso de instrumentalización del cuerpo es gracias al espíritu humano. Sólo el ser humano puede relacionar medios con fines. El animal no sabe lo que es un medio, no lo reconoce como tal a pesar de que “use” los medios, no sabe lo que significa medio o mediación, la relación de medio a fin la hace instintivamente; en cambio el ser humano sí reconoce la índole medial de las cosas. De ahí que el ser humano pueda progresar en el uso de los medios. Como se sabe la clave de ese proceso consiste en convertir los fines alcanzados en medios para alcanzar fines superiores, ésa es la índole de la sistematicidad humana tanto a nivel individual como social. Por eso, las abejas siempre hacen la miel de la misma manera, porque esos procesos al ser instintivos no crecen, están determinados, es decir que no están encargados a la inteligencia y a la libertad de los sujetos. En cambio, en el ser humano el progreso técnico se ha disparado con gran intensidad, tanto que ahora el problema es que en el camino por conseguir medios cada vez más potentes, se nos están perdiendo de vista los fines definitivos.
El ser humano no come como las bestias que, dejándose llevar de su instinto, no controlan la acción de comer, sino que se abalanzan sobre los alimentos; el ser humano en cambio procede a cocerla, a prepararla racionalmente, lo que da lugar a unas artes especiales como son la culinaria, la gastronomía y la nutrición.
También la capacidad gestual humana se encuentra en gran parte en las manos, en los brazos, etc., a través de los cuales se vehicula el espíritu. Por ejemplo, cuando al saludar de cerca damos la mano o de lejos la levantamos, eso quiere decir –desde tiempos antiguos– que acogemos al otro en señal de amistad, es como si dijéramos “no tengo ningún arma con la cual herirte o hacerte daño”. La capacidad gestual humana es inmensa y muy rica, por ejemplo, el inclinarse, el hacer una reverencia o genuflexión que es el modo de saludar a un Ser Superior, el ponerse de rodillas cuando se da culto a Dios manifiesta que nos sometemos con la totalidad de nuestro ser a Él, de ahí que los gestos de adoración sean tan significativos.
El rostro humano es eminentemente manifestativo, en él se revela –más o menos– la presencia del espíritu. Se suele decir que los ojos son “las ventanas del alma”, del alma espiritual, la cual se “asoma” a lo externo gracias a ellos. Por eso hay diversas maneras de mirar. Pero también y al mismo tiempo la mirada es posesiva. Mirar es un modo de poseer, de lo que entra por los ojos se alimenta la interioridad del ser humano. Uno “se hace” aquello que ve. Por eso somos responsables de nuestro aspecto personal, ya que es lo que ofrecemos en posesión a la mirada de los demás, porque en el aspecto personal va siempre un mensaje más o menos tácito y más o menos explícito.
Por otra parte, la mirada además de estar referida a lo externo también es una revelación de nuestro interior/ De ahí que existan diversos tipos de miradas: miradas tiernas, “frías” y hasta “crueles”, miradas humildes y miradas soberbias, miradas limpias, transparentes –como las de un niño– y miradas torvas; existen miradas profundas que parece que penetran, que calan en nuestro interior y miradas superficiales, etc. Todo ello manifiesta lo que tenemos “dentro”. Saber mirar a los ojos y leer lo que dicen las miradas es también un arte. Esto es muy claro cuando se trata de una mirada alegre, que manifiesta el “tono vital” de aquella persona, esa pupila iluminada nos indica que esa persona está gozando de una gran apertura vital; en cambio, cuando vemos una mirada triste, su pupila –a diferencia del caso anterior– se ha retraído, tiene poca luz, es una mirada “apagada”, lo cual nos indica que esa persona tiene obstáculos en su desarrollo vital que le están impidiendo la apertura a su crecimiento, algo le ha sucedido que le retrae, le preocupa, que no ha podido integrar, entender y superar. Por otra parte, una mirada luminosa es muy hermosa y lo es porque la pupila –a diferencia de una pupila triste– está abierta, lo cual le da un cierto esplendor. La cosmética lo sabe bien, por eso ha inventado unos colirios cuya función es precisamente expandir la pupila. Pero en realidad las miradas más bellas son las que manifiestan las dos cualidades más altas del ser humano: su inteligencia y voluntad, es decir las que proyectan dos operaciones humanas superiores que son el entender (inteligencia) y el amar (voluntad). De ahí que se deduce que las miradas más hermosas son las que transmiten ese entender y ese amar con respecto a otras personas y al universo en general: son las miradas inteligentes y amorosas o tiernas, que dicen con la mirada: “¡qué bueno es que existas!”, “¡eres único e irrepetible!”. Es la mirada de una madre, es la de Dios. Saber mirar es una tarea propiamente humana, precisamente por la presencia del espíritu.
Por otro lado, el arreglo personal no es cualquier cosa. En el modo como nos “presentamos” está incluido o no un acto de respeto a la dignidad, a la propia condición de seres humanos y a la de los demás, en definitiva: se da un mensaje que puede enriquecer o empobrecer la comunicación y la convivencia humana. El look es un elemento de comunicación con los demás ¡puede comunicar tanto!, suscita una especie de diálogo humano, en que como tal exige un factor racional, espiritual, de recepción del otro y de entrega de uno mismo. Por eso se explica el que no se deba seguir la moda arbitrariamente, sino que cada quién tenga que ejercer un juicioso discernimiento, en todo caso para “acomodársela” a lo que le queda bien, a lo que realza su condición de ser humano y no a lo que le denigra.
Es decir, cada uno en base a sus criterios y valoraciones elige un vestido y otro", esa elección es personal y muy reveladora de lo que hay “dentro” de una persona. De ahí también que lo lógico sea que la manera de vestir se acomode a la edad, actividad, estatus o estilo de vida propio, porque la “imagen” que uno proyecta a los demás es la prolongación de nuestro “yo” interior. Uno tiene que saber “estar”, su racionalidad interna le dice que no puede salir a la calle en ropa interior, o acudir a un Centro de Estudios Universitario como si fuera a ducharse o a dormir, etc. La racionalidad discrimina. Partiendo de la conciencia de la propia corporalidad y de su índole manifestativa se está en condiciones de educar el buen gusto, el respeto, la elegancia.
Por eso la necesidad de re-pensar la moda. Antes de vestirse, antes de comprar una prenda de vestir, hay que pensar, uno no se tiene que poner lo primero que encuentra o lo que la actriz o cantante de moda lleven, por muy grandes que sean los deseos de aceptación y de llamar la atención. Precisamente la adolescencia y juventud son etapas en las que se forja la propia personalidad que se va decantando como “única”. La fuerza de esa personalidad radicará varias veces en seguir la verdad y el bien aunque cueste esfuerzo.
La madurez de la personalidad no está en imitar a otros porque entonces se vive de prestado –se vive la vida de “otra” persona y no la propia–, sino en vivir de acuerdo con lo verdadero y lo bueno, es lo que nos da la propia identidad. Y la fuerza de la verdad y del bien es tan grande que potencia mucho la vida de esas personas que no se resignan a vivir como “en manada”, según las arbitrariedades de algún diseñador de turno que no sacaría vestida procazmente ni a su madre, ni a su mujer, ni a sus hijas, pero que se atreve a proponer tales diseños para una multitud de jóvenes inseguros, sin personalidad, con el deseo de obtener pingues ganancias, sin importarles el deterioro que pueden causar.
Actualmente estamos muy necesitados de una auténtica re valoración del ser humano, en su cuerpo y en su espíritu. En el look se entrega un mensaje de valoración propia y ajena, que hay que tratar que sea adecuada al nivel de la dignidad humana. De ahí que el vestido “habla”, revela la manera como se ha decido “terminar” lo inacabado de nuestro cuerpo y si ahí la presencia del espíritu es alta entonces nuestro modo de vestir manifiesta y apela a lo más alto que tiene un ser humano: su capacidad espiritual, de lo contrario el “mensaje” que se da es distinto.
El animal no tiene aspecto personal, no cuida de su mirada ni de la ajena, ni de su gesto, ni de su vestido, porque no tiene vocación dialógica (de comunicación), no entrega nada personal, ni siquiera intuye la riqueza y las extraordinarias posibilidades de todo ello, no proyecta su intimidad porque no la tiene, ni apela a lo más alto que tiene el ser humano, simplemente el animal “abandona” su cuerpo al reclamo instintivo. El cuerpo animal está “acabado” porque no tiene que invocar a su espíritu para “terminarlo”, y como no posee espíritu entonces ya el cuerpo está terminado, a diferencia del ser humano le viene con pelaje, con plumaje, sus extremidades están terminados con pezuñas; no necesita pensar, ni educar su buen gusto, no precisa del arte de calzarse o vestirse, porque su corporalidad no invoca la presencia de un espíritu del cual carece.
Por ejemplo, con determinados vestidos, con ciertos gestos, a veces se puede falsear lo que uno es reduciéndose sólo a lo instintivo, “entregando” sólo una parte –la corpórea simplemente– , dando un mensaje que por lo mismo es reductivo, que no es elevado ni que eleva en el plano propiamente humano, racional o espiritual. Entonces lo que de entrada esa persona pone de manifiesto es la ignorancia de su gran riqueza personal, la categoría de su personalidad, no la tiene, no sabe qué es, ya que al mostrar su cuerpo inacabado sin más, está abandonándose simplemente, infravalorándose, y pierde la oportunidad de manifestar lo que ella es realmente, su señorío, es decir, el ser capaz de dominar y de poseer realmente su cuerpo. Una persona que ignora la riqueza de su personalidad se “reduce” a sólo algunas partes de su cuerpo, y hasta puede creer que es sólo eso, un busto, unas piernas, etc. Pero una persona no puede manifestar a los demás que es sólo un “ombligo” andante, sin más.
Cuando no se tiene un señorío de lo corpóreo se produce gran desequilibrio. Si no se posee riqueza interior, el ser humano empobrece su capacidad manifestativa y termina no sólo deteriorándose a sí mismo sino a los que comparten con él la convivencia humana.Al convertirse en un simple cuerpo el ser humano hace dejación de lo mejor de su riqueza personal y tipológica y por eso al transformarse en un objeto se expone a ser tratado como tal ya que el mensaje conlleva una invitación a ser tratado no como persona sino como cosa.
Todo lo corpóreo debe ser cauce para que el espíritu se manifieste y por tanto establece un diálogo en el que se transmiten “mensajes”. Ese “diálogo” debe basarse en el respeto, de lo contrario el diálogo se frustra, quedando a merced de lo instintivo. No es un ningún secreto que a través de lo sensible se puede manipular mucho a otra persona. Un tono de voz, una mirada insinuadora, el develamiento de una parte del cuerpo, etc. puede llegar a romper el verdadero diálogo, al desatar la fuerza ciega de los instintos.
Finalmente nos referiremos al lenguaje, a la palabra humana. Como hemos señalado, gracias a nuestra corporalidad humana tenemos lenguaje. La cavidad bucal permite la voz humana, el ser humano está preparado para pronunciar palabras que tienen significado, incluso más allá de los signos lingüísticos, es capaz de acceder a los símbolos, de hacer versos, es decir que es capaz de poesía. Cuando el lenguaje humano se hace zafio, vulgar, revela justamente la ausencia del espíritu, la falta de actividad de la inteligencia y la voluntad, porque el lenguaje humano es eminentemente comunicativo, pero la clave de la comunicación es la verdad, es penetrar en lo que es la realidad, lo cual le es inaccesible a los animales. El ser humano puede, gracias a su inteligencia, penetrar en la realidad de las cosas hasta niveles insospechados, por eso cuando falta la verdad en las inteligencias el lenguaje se empobrece y la comunicación se rompe. Se podría decir que la inteligencia se “venga”, ya que si no le damos el alimento que reclama (verdades hondas, importantes), entonces como su finalidad es conocer, se trata de saciar acudiendo a trivialidades, a conocimientos sin importancia, así es como nace la murmuración, el “raje”, el detenerse en hechos anecdóticos, aislados, sin mayor importancia.
Lo que decimos debe ser verdadero, completo, “no hay peores mentiras que las medias verdades”, también debe ser lo necesario, es decir no podemos hablar mal de los demás “fulanito es tal y cual”. Si es grave mentir (calumniar), también lo es difamar que si bien no es mentir, es sacar a la luz defectos de los demás, que aunque sean verdad no hay necesidad justificada de hacerlo, sino que se hace por “deporte” o con la mala idea de quitarle la buena fama, que es un derecho, ya que el honor es parte de la intimidad personal. Por eso las murmuraciones, calumnias, difamaciones, etc., son vicios del lenguaje y son injusticias que hay que reparar. Lo que en el lenguaje damos en posesión a los demás, debe ser verdadero, bueno y bello, no cualquier cosa. Saber hablar es tener el dominio de lo que hablamos. Una de las maneras de tomar el pulso respecto del nivel de verdad que tiene una persona o una institución es poner atención en lo que expresa a través de su lenguaje.
También gracias a nuestra dotación intelectual el ser humano es capaz de saber llevar una conversación. Saber conversar es un arte que sólo es posible por la presencia del espíritu humano. Uno se “pone” en la palabra con todo lo que es y tiene “dentro”. De lo que tiene el corazón habla la boca. Saber lo que se dice, cómo se dice, cuándo y a quién se dice es una actividad humana de la que el animal no tiene ni siquiera sospecha. En definitiva la comunicación humana es inherente al ser humano, una persona aislada se empobrece y deteriora al final, pero esa comunicación se basa en la verdad y en la generosidad para otorgarla a todo aquel que esté dispuesto a aceptarla. Sólo la verdad comunica, une, en cambio la mentira divide, separa.
Por su parte, la sonrisa también es de gran riqueza manifestativa, es la expresión de aceptación, de reconocimiento, de agradecimiento. Cuando un niño es pequeño sonríe mucho, y no se trata sólo de que mover esos músculos es lo que menos le cuesta, sino que es su manera de agradecer. Sonreír es agradecer a las personas, al universo, a la vida. La esencia de la filiación es el agradecimiento, la sonrisa sincera, profunda. Se podría decir que la sonrisa es más excelente, más elegante que la risa porque conlleva mayor in-gerencia de lo racional y volitivo. La sonrisa, a diferencia de la risa, es menos mecánica, es más libre, no se desata por mero mecanismo fisiológico. Sin embargo, incluso la risa, como el llanto, revelan la presencia del espíritu, porque se producen cuando los acontecimientos o lo que vemos u oímos nos supera de tal modo la comprensión racional, el plano espiritual, que éste le encarga al cuerpo recepcionar eso que le desborda, que captamos pero que no podemos entender, que es doloroso, o nos desconcierta, o que es absurdo, o irónico, o sorprendente.
En resumen, la elegancia en el lenguaje, como en el vestir y en el actuar parten de un principio: la elegancia:D es la fuerza contenida gracias al espíritu. La fuerza del impulso corpóreo o sensible tiene que ser controlada para que no nos lleve a vestir, a conducirnos, a hablar de cualquier manera, con palabrotas, con vulgaridad, etc. Saber controlar ese impulso es ser elegante. Por eso la sobriedad en el vestir, como en la conducta y la palabra, conlleva elegancia, porque no se trata sólo de cinco centímetros más o menos en el largo de la falda, sino que hay una “medida interior”, una mesura muy íntima: contener el impulso, la fuerza del reclamo del instinto, eso está en la línea de la elegancia, de ahí que en general se pueda decir que la elegancia es el triunfo, el esplendor, del espíritu.

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